Por Santiago Londoño Uribe
Abogado; magister en Derecho Internacional
Me gusta mucho el ejercicio realizado por el periódico El Espectador y sus columnistas llamado «Cambié de opinión». En un mundo de tribalismos en el que salimos todos los días a defender a muerte el «lado correcto de la historia», a votar por «la última oportunidad de salvar la patria» y a corregir o a aclararles a «miles de incautos, perdidos y engañados» lo equivocados que están, es refrescante ver una actividad que gire alrededor de la autocrítica, la humildad y el reconocimiento de las limitaciones propias. El debate público, lo que queda de él, se mueve cada vez más hacia los extremos sin tratar de entender al otro, su historia y su contexto; se habla duro y con contundencia contra los «otros» para reafirmar posiciones, ganar likes o sumar votos de los «nuestros».
Sea la oportunidad, en esta última columna del 2023 en Un Pasquín, para compartir mi «Cambié de opinión».
Durante buena parte de mi vida adulta me he dedicado a estudiar, a entender y a trabajar en el Estado. Lo he hecho desde la universidad, desde la rama judicial, desde las corporaciones de elección popular y, finalmente, desde el ejecutivo. Me interesó siempre comprender y desarrollar las facultades, competencias y poderes de lo público para intervenir y transformar la sociedad. En el camino he obtenido logros emocionantes, cientos de aprendizajes, pero también he cometido errores e injusticias y he tenido desilusiones profundas y dolorosas. Así mismo he conocido gente maravillosa y comprometida y, obviamente, personajes oscuros y macabros.
También confirmé que el Estado es, bajo ciertas condiciones, un vehículo eficaz para mejorar la situación de millones de ciudadanos, para la administración de justicia y para construir condiciones de seguridad y convivencia. No obstante lo anterior, y muy seguramente porque estaba de cabezas en lo estatal, también reconozco que sobredimensioné y romanticé al ente público e ignoré o minimicé la participación y responsabilidad de otros sectores en la construcción de las sociedades y en la solución de sus problemas fundamentales.
Hoy pienso que la fortaleza de una sociedad no reside única ni principalmente en el Estado que tenga o en la clarividencia y competencia de sus gobernantes, sino en la capacidad de construir relaciones proactivas, respetuosas, colaborativas y estratégicas entre sectores público, privado, social y académico.
El Estado puede ser un movilizador, un detonador y un aliado estratégico, pero no puede ser ni el único ni el principal responsable de la dirección y el impulso que tome una sociedad. De una parte, es limitado pensar que un Estado pueda en todo momento y en cualquier tema representar sociedades tan plurales, diversas y complejas como en las que vivimos. Por otra, es peligroso depositar en él y en sus funcionarios tanto poder y tanta incidencia en la construcción de futuro.
Lo he dicho ya en muchas ocasiones: hay temas tan importantes y sensibles en una sociedad que no se pueden conectar cien por ciento a la caprichosa, inestable y siempre cambiante decisión del electorado. Tampoco, para que quede claro, podemos depender exclusivamente de las fuerzas del mercado. El poder de una sociedad y su posibilidad de avanzar, y ahí está mi cambio de opinión, no está en ningún actor sino en el tejido de relaciones, comunicación, acuerdos y colaboración que se logre entre el abanico de actores que la habitan. El Estado no es solo uno y no es homogéneo ni estable ni necesariamente representativo.
Tengo que reconocer que mi cambio de opinión, por lo menos inicialmente, no ha sido el resultado de una reflexión desapasionada y estructurada o de un balance sesudo sino de una cadena de eventos y situaciones que en buena parte no he controlado directamente. Tomé distancia del Estado no por decisión propia, sino porque los proyectos electorales de los que hice parte perdieron. Perdieron contundentemente, además. Esa distancia me ha ayudado. De seguir gobernando muy seguramente mi opinión no habría cambiado. Uno, finalmente, no es lo que le pasa sino lo que hace con lo que le pasa.
Hoy me dedico a intentar entender cómo se construye confianza entre los diferentes sectores de la sociedad; a poner en movimiento procesos para romper estereotipos y paradigmas y a lograr tejidos que nos atraviesen y nos conecten. Aunque tengo ideas y proyectos sobre lo que es una mejor sociedad, renuncié a intentar desarrollarlos por las urnas y hoy me preocupa mucho más construir lo que los teóricos llaman gobernanza.
Mi cambio de opinión es personal. No pontifico ni busco evangelizar. Claro que no podemos renunciar a elegir buenos gobiernos y gobernantes decentes y eficaces, pero hoy estoy convencido de que hay que trabajar muy duro para que la sociedad no se hunda cuando no lo hacemos. Ante la radicalización y la polarización del debate y ante el todo o nada de las elecciones, elijo tejer confianza con los diferentes en un plano horizontal.
Un gran 2024 para todos los lectores.