Por Juan Manuel López Caballero
Analista e Investigador
Procesos como el cambio climático o la lucha contra la pobreza o los problemas migratorios serán continuamente noticia porque no tienen momentos decisivos.
Estamos en cambio ante un hito que puede alterar la historia del mundo; o por lo menos es interesante que parece que así lo ven los votantes americanos.
En efecto, la polarización y los candidatos han llevado a que el debate electoral no gire alrededor de los temas ordinarios como los impuestos o la salud, la educación o el empleo, sino que lo que se le presenta al elector son temas como la posibilidad de una tercera guerra mundial, o de una guerra civil, o la amenaza de un gobierno que internamente acabaría con la democracia y que por lo mismo sustituiría la defensa de ella por el ejercicio de una tiranía global. Esto –parece obvio–también debería ser parte de nuestras preocupaciones.
Ahora, lo que elegirán los americanos –o en buena parte lo que sienten que elegirán– es hasta dónde el estado de derecho es válido y defendible.
Porque, por ejemplo, nunca se había puesto tan en entredicho la validez del sistema de justicia. Trump no se ha limitado a atacar y cuestionar a los operadores –fiscales y jueces–; nunca se había llegado al nivel de irrespeto, tanto por los pronunciamientos como hacia las personas mismas que los emiten.
En la práctica, escoger la opción Trump –como lo harían si lograra ganar– es reconocer que todo el sistema electoral pudo haber fallado; o que la administración de justicia es un instrumento del ejecutivo; o que el enfrentamiento político trasciende a las instituciones tal y como existen hoy. Es decir, en cualquier caso, que la estructura o modelo de democracia que ha regido a esa nación ya no se reconoce y que, en consecuencia, como lo promete Trump, puede desconocer el resultado que se llegue a dar si no lo favorece, o utilizar el abuso de poder para repetir en contra de las instancias que lo han «perseguido».
El dilema que resolverán estas elecciones –y son las opciones que se tramitan desde las primarias– no es simplemente cuál es menos peor de los dos candidatos (ya que ambos tienen rechazo según las encuestas), sino cuál va a ser el talante de los Estados Unidos líder en el escenario mundial.
Se compara incluso con la situación previa a la guerra civil americana, no solo en cuanto incidirá en la geopolítica, sino en la medida en que el enfrentamiento entonces era igualmente radical alrededor de la naturaleza del Estado que deseaba cada una de las partes, Unión o Confederación (así estuvieran de por medio temas como la esclavitud o la vocación agrícola o industrial de cada parte).
Lo que caracteriza en buena medida los comicios americanos es también de naturaleza geográfica (como entonces Norte y Sur). En el interior los ciudadanos viven en función del mundo inmediato que los rodea, su sentido de pertenencia es respecto a su propio Estado, no contextualizan temas internacionales y hasta cierto punto el régimen federal también les es lejano. Votan más en función de las medidas que los afectan, más que de políticas de Estado, y en gran parte según sus creencias religiosas. Creen verdaderamente que Estados Unidos es el bueno del paseo, y que lo que no coincida con lo que su país defiende es porque es enemigo del bien que ellos representan.
Por eso, para ese conservadurismo del ciudadano medio estadunidense, Trump encarna el liderazgo que se les ha vendido como el «destino manifiesto» como nación.
Eso que han aplicado a su visión del mundo los lleva a aplicarlo internamente en la escogencia que les toca hacer: por encima de cualquier ética y respeto hacia cualquier valor, se debe imponer la convicción propia. Por eso en las encuestas casi una tercera parte de los ciudadanos están de acuerdo con la frase de «un verdadero patriota americano debe acudir a la violencia para defender nuestro pais», entendiéndose esto como afirmación válida tanto para quienes piensan que peligra su sistema democrático (argumento de Biden y su partido) como para aquellos a los que se les ha vendido la idea que eso es lo que ha sucedido en contra de Trump; y válido también para la visión internacional trumpiana del MAGA (volver a América grande de nuevo) o la función de paradigma y defensor del sistema democrático como lo entende Biden.
Al resto del mundo –diría que entre nosotros a la inmensa mayoría– nos parece insólito que Trump pueda ser candidato con todo en lo que van los procesos jurídicos que se adelantan en su contra. Pero lo que resulta aún más incomprensible es que pueda ser elegido y, eventualmente, gobernar desde la cárcel e incluso decretarse él mismo el perdón judicial.