Por Ricardo Sánchez Ángel
Profesor Emérito, Universidad Nacional
Bajo los gobiernos de Lenin Moreno y Guillermo Lasso se aceleró el proceso de colombianización del Ecuador. El nuevo presidente Daniel Noboa mantiene la continuidad de esta dinámica sociopolítica. La actual ola criminal es un capítulo de esta historia a caballo de dos siglos.
Es una película la que se está repitiendo de violencia carcelaria con sus fugas y masacres, bombas a sitios públicos como escuelas y hospitales, quema de carros, asesinato de policías, asesinato de periodistas y también de manera destacada el asesinato de candidatos presidenciales, generando el caos y el miedo al igual que, secuestros y reclutamiento de jóvenes hacia el sicariato. Todo esto, como en Colombia y en México. La respuesta en esta película es la misma: militarización y guerra por parte de la fuerza pública con los centenares y miles de muertos, sometimiento de la población a un estado de guerra permanente y postración de las energías sociales y culturales del país con la sombrilla de la justicia global y la guerra contra las drogas ordenada por los Estados Unidos.
Los tres gobiernos tienen unos rasgos unificadores de su personalidad: acogimiento a la política de “guerra contra las drogas”, ya que Ecuador se consolidó como un epicentro del tráfico internacional de las economías ilícitas. De manera clara, se da la extensión del crimen organizado desde Colombia, con su amplia frontera terrestre y marítima hacia el Ecuador (El Putumayo, Nariño y el Océano Pacífico). Lo que facilita a los ya integrados carteles mexicanos en el negocio en Colombia, su presencia.
El problema ecuatoriano es internacional
pero no se resuelve con el intervencionismo
de los Estados Unidos
En el Ecuador se operó un desmonte de lo social, con graves consecuencias en las condiciones de vida. Se destruyó una buena parte de la institucionalidad democrática. Se aplicó la doctrina del neoliberalismo del estado mínimo, incluyendo los organismos de inteligencia para la seguridad.
El hermano país, es vibrante en su quehacer, popular y democrático con las resistencias indígenas, sociales y barriales, que han confrontado las avalanchas reaccionarias, exhibiendo un pleito social que concreta las reivindicaciones históricas de la gente del común. Sobre esas realidades gravita la guerra contra las drogas y las violencias del crimen organizado.
El problema ecuatoriano es internacional pero no se resuelve con el intervencionismo de los Estados Unidos quienes están actuando como un protectorado que amenaza con presencia directa de tropas y personal de guerra en mar, tierra y aire. A Ecuador hay que mirarla en el espejo de Colombia y México, con su legado de crímenes, corrupción, guerra y desolación. Pese a ser estos países grandes en la geografía y con Estados más fuertes, han fracasado en la guerra contra las drogas e instaurado un genocidio permanente.
En conjunto nuestra América, está narcotizada, corrompida e inscrita en la guerra contra las drogas, cuya demanda más cuantiosa la generan los Estados Unidos, con su opulenta sociedad del consumismo y el espectáculo. La marcha de las drogas ilícitas se extiende hasta la Argentina donde el nuevo gobierno neoliberal de Javier Milei quiere imponer su plan de liberalización económica y autoritarismo estatal. Tales medidas, propician el blanqueamiento de los capitales mafiosos en forma fluida, la desregularización de la economía y la sociedad con la destrucción del tejido social. A Argentina que vive un momento de represión estatal, pero de resistencia proletaria y juvenil, la quieren convertir en una olla podrida de las mafias y un escenario de la guerra contra las drogas siguiendo el camino de Colombia, México y Ecuador.
Colombia y Ecuador viven una dinámica integradora de problemas y soluciones que comenzó con las guerras de independencia de España y la Gran Colombia y se frustró con las políticas endogámicas de las sociedades oligárquicas. Se dinamizó en distintos momentos con la economía del contrabando y los flujos migratorios entre los dos países hasta el drástico proceso de integración de la sociedad criminal que estamos viviendo. Ésta es la paradoja histórica, tenemos un saldo positivo que debe protocolizarse, somos colomboecuatorianos, igual que venezolanos. Tenemos una común nacionalidad social que debe extenderse a una nacionalidad jurídica y a una ciudadanía conjunta. Se trata del imaginario de una nueva Gran Colombia.
Repito lo planteado en artículos anteriores, hay que domesticar las drogas malditas, legitimando el debate sobre la legalización y la reforma de la Convención de Viena sobre las drogas ilícitas.