nota del director
Nadie es perfecto, como se dice en términos coloquiales. Ni siquiera los presidentes. Y Gustavo Petro no es la excepción; sus puntos débiles son más que notorios.
No obstante –y contrario a lo que muchos creen–, su principal defecto no es que sea de izquierda ni que haya sido guerrillero. Tampoco, el hecho de que sea megalómano; todos los políticos lo son en alguna medida. En este mundo de superficialidad, tampoco es tan grave que se la pase casando peleas en Twitter ni que sea populista; al fin y al cabo, la demagogia no respeta colores ni ideologías. Tampoco es un pecado mortal que sea un sectario; ya ha habido varios inquilinos del mismo estilo en la Casa de Nariño.
El principal problema de Gustavo Petro es que es una persona caótica, y eso se refleja en todos los ámbitos de su gestión. Desde sus retrasos y ausencias en eventos oficiales hasta las controversias que arma con las demás ramas del poder público, pasando por los nombramientos y despidos vía Twitter, el pésimo manejo de las relaciones internacionales y los absurdos debates que plantea con medios y periodistas.
En casi todos los flancos de la administración Petro, el común denominador es el caos; así se vio a lo largo de todo el 2023; tanto en los cambios que hizo en el gabinete ministerial, como en el trámite de las reformas en el Congreso y en la accidentada conducción del proceso de paz; lo mismo que en el deplorable manejo del orden público, que ha derivado en un profundo deterioro de la seguridad, un incremento desmesurado del secuestro y un elevado e inaceptable número de masacres.
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En fin, si Petro repasara fríamente al año que termina, se daría cuenta de que, en el gobierno del cambio, el caos, lejos de ser un aliado, es un verdadero obstáculo.
—Vladdo