Por Santiago Londoño Uribe
Abogado; magister en Derecho Internacional
Empezó el semestre escolar y eso, para los padres de familia de niños y niñas, quiere decir que nos metemos de nuevo en el contexto de la «política de la clase», el mapa cambiante de las alianzas de recreo y los dramas profundos de la amistad. Ya lo he dicho en otras columnas, para mí ser padre ha sido una aventura retadora y hermosa y una disculpa para meterme a reflexionar en los más variados temas. Confieso, creo que como cualquier papá, que en ocasiones me siento perdido y, ante ciertas situaciones que afectan a mi hija de 10 años, impotente.
La semana pasada y luego de que nuestra hija nos pidiera, implorara, que dejáramos de hablar sobre cierta situación porque «¡tengo demasiadas emociones juntas y no puedo más!» me quedé pensando en el tema de las emociones. ¿Qué son? ¿Dónde nacen? ¿Para qué sirven? ¿Estamos a merced de ellas? ¿Qué tan controlables son? Hablamos muy a la ligera sobre las emociones. Decimos, por ejemplo, que fulano o sutana nos hacen sentir esta emoción o que esa situación es muy emocionante. Cuando buscamos el lugar de las emociones muchas veces señalamos la zona abdominal y es normal que digamos que tenemos emociones encontradas.
El tema ha sido tratado de muchas maneras a través de los tiempos por filósofos, poetas, novelistas, científicos, místicos, profetas. Las emociones son rasgo, equipaje, expresión e inspiración. La neurociencia es uno de los campos que más han avanzado en los últimos años en el estudio de las emociones, debido a nuevas tecnologías y a descubrimientos en los campos de la medicina y la bioquímica. Hoy, entendemos mucho mejor el sistema nervioso y su capacidad de producir y regular emociones, pensamientos y funciones básicas y avanzadas del cuerpo.
Uno de los descubrimientos más apasionantes en el campo mencionado es aquel que afirma que nuestro cerebro, más que un simple intérprete de la realidad, es un gran contador de historias y un creador de realidades. La psicóloga cognitiva y experta en neurociencia Lisa Feldman Barret publicó en 2017 un libro llamado Cómo se construyen las emociones. La vida secreta del cerebro. En él, y a partir de múltiples experimentos, la investigadora concluye que el cerebro es, ante todo y por las exigencias de millones de años de evolución, un órgano de anticipación. Nuestro cerebro recibe información de millones de sensores sobre lo que pasa en nuestro cuerpo y en el contexto que nos rodea y con esa información(siempre limitada), y en milisegundos, intenta adelantarse a los acontecimientos. Este proceso sigue siendo un resultado directo de la necesidad de sobrevivir en ambientes complejos con poco acceso a alimento y múltiples amenazas.
Las emociones, afirma Feldman, no son lo que nos pasa ni lo que llega de afuera, ni se nos imponen de ninguna forma. Las emociones son ilusiones creadas por el cerebro para preparar una respuesta ante la información que llega. La respuesta, y por eso hablamos de que el cerebro anticipa o predice, se da a partir de lo que el cerebro ha hecho antes en situaciones similares, es decir, de la experiencia. Porque es peligroso (por lento) y porque consume mucha energía, el cerebro no puede analizar tranquilamente cada situación que enfrentamos o cada decisión que tomamos. El cerebro aprende y luego aplica. Las emociones, entonces, son la proyección aprendida por el cerebro ante condiciones externas.
La conclusión de la psicóloga es que, como las emociones son proyecciones aprendidas sobre el mundo que nos rodea, el cerebro tiene toda la capacidad de aprender otras proyecciones; es decir, de plantearnos emociones diferentes. No estamos condenados a ninguna mezcla de emociones y somos los únicos responsables, nuestro cerebro lo es, de la existencia de las emociones que vivimos.
Nuestro cerebro acumula experiencias y aprende. Esos aprendizajes marcan la manera como surgen las emociones. Aprender nuevos temas, vivir nuevas situaciones, compartir con personas diferentes. Todos las anteriores son formas de incidir en las experiencias del cerebro y, por ende, en los cuentos que nosotros mismos nos echamos y sobre los cuales actuamos.
Pienso nuevamente en mi hija, en las experiencias que acumula y en cómo su cerebro anticipa. Pienso en las emociones que en ocasiones la abruman. Como cualquier papá quiero evitarle emociones tristes, pero tengo claro que nadie vive por otro y que mis propias experiencias, errores y aciertos no se pueden, afortunadamente, trasladar. La vida, finalmente, es ir acumulando experiencias y relaciones para enseñarnos, con apoyo y compañía, a contar mejores historias acompañadas de emociones plácidas (en línea con Mauricio García Villegas).
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Hablando de emociones, ¡Un Pasquín ha llegado a la mayoría de edad! 18 años de independencia y buenas letras. Gracias, Vladdo, por el esfuerzo; por mantener vivo este espacio y por permitirnos a muchos compartir y aprender.
*Abogado; magister en Derecho Internacional.